¡Somos los campeones del mundo! escribo esto con lágrimas en los ojos… ¡que maravillosa y voluptuosa frase!… nos lo hemos merecido.
Un mes ha sido, en el que se ha ido formando la bola poco a poco, en el que las pantallas más o menos megagigantes, han ido atrayendo gentes a pulsos, como polillas a la luz (y desde luego con mucha más convicción que con la que iba Caaaaroolaaainnnn…) Aquí ha dado igual que te guste el fútbol o que lo aborrezcas, ha sido imposible permanecer en la isla del desconocimiento, porque esto ha ido más allá. Es la fuerza de los sentimientos que nacen del corazón y del estómago, del hígado y del páncreas, de todas las vísceras juntas que gritan y te mueven el cuerpo sin que lo puedas controlar.
No sé que tiene el fútbol éste, que nos hace olvidar. He visto gentes preparándose para los partidos con auténticos festines. Mesas con marisco, el mejor jamón, lomo, chorizo, tortilla de patata… y todo ello regado con los mejores caldos (y no me refiero a los de pollo, naturalmente)… todo muy español. He visto ventanas y fachadas y caras y gafas y sombreros teñidos de rojo y amarillo, de nuestros colores. He visto el cielo rojo esta noche. He oido gritos y consignas y petardos y fuegos artificiales y bocinazos para que el mundo se entere…
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